PASTORAL SOCIAL PIEDRAS NEGRAS
La vida eterna consiste en que te conozcan padre

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    Una fe que humaniza, sin ideologizar




    El horizonte necesario: humanos, sí; ideologizados, no¿Cuál es el horizonte específico desde donde el cristiano (laico o religioso) ha de asumir su inserción en la vida sociopolítica y económica de los pueblos? Lógicamente, desde la misma vida de fe: desde sus auténticos contenidos y su llamado genuino por lograr condiciones de existencia más humanas para todas las personas. Una dimensión que sólo encuentra su sentido definitivo al hacer una experiencia sin igual, que nos coloca en el corazón mismo de la vida trinitaria: descubrir a los diferentes a sí mismos como un tú –como alter, otro– y, por ello, se hace necesario establecer una relación de igualdad y reciprocidad –no de dominio– para luego, poder percibir en el otro el rostro del hermano, de la hermana, con el que nos unimos en un solo clamor filial al Padre.
    Esto coloca, entonces, un marco referencial para leer la realidad histórica en clave cristiana, sea cual sea la época que se vive: el discernimiento atento, en una perspectiva teológico trinitaria. Implica, según expresa la extraordinaria encíclica Solicitudo Rei Sociales (1987, Nº 40), un claro reconocimiento “de la conciencia de la paternidad común de Dios, de la hermandad de todos los hombres en Cristo, hijos en el Hijo, y de la presencia y acción vivificadora del Espíritu Santo”. Estos tres elementos: paternidad común, fraternidad humana y acción vivificadora, son entonces los elementos que constituyen el modo como el cristiano procura alcanzar los fines sociopolíticos que se propone en un determinado momento histórico. En otras palabras: la vida política es una condición del seguimiento de Cristo y es una experiencia que se arraiga en la búsqueda personal y cotidiana de Dios, a través de una praxis histórica que dignifique las condiciones de vida de todos los seres humanos, reconociéndolos como nuestros hermanos.
    La búsqueda de la presencia de Dios en lo cotidiano, en los ámbitos personales y comunitarios, no es un estilo de vida que le es propio sólo a una categoría de cristianos –quizás a los reconocidos oficialmente como religiosos o como clero–. Es, más bien, una forma de vivir, un estilo de vida, que define al ser mismo de la praxis y la necesaria reflexión de la propia vida de fe de cualquier bautizado.
    Esto coloca a cada creyente en medio de un serio dilema: ¿cómo integrar los contenidos de su fe –la experiencia de la fraternidad universal y de la filiación divina– con las implicaciones que tienen para su cotidiano vivir y su plena realización humana?
    Dividir estas dos cosas nos lleva a algo conocido y reconocido por la mayoría de los seguidores de Jesús: la dicotomía fe-vida, y sus desastrosas consecuencias, ante todo, para quien opta por vivir así y que, socialmente, se estructuran hasta componer el “pecado social” al cual todos –de pensamientos, palabras, obras u omisión– colaboramos.
    Este reto, en realidad, sólo puede ser afrontado desde la más radical honestidad y con realismo, respetando también las leyes de la psicología que nos caracterizan como individuos.




    Los católicos no pueden adherirse a fuerzas políticas o sociales que se opongan a los principios de la doctrina de la Iglesia sobre la persona y la vida humana.
    Vivimos una crisis que llega a niveles muy profundos de la cultura y del «ethos» colectivo; de ella son muestra los fenómenos de inmoralidad social y política que amenazan el crecimiento de las naciones, junto al avance de corrientes culturales que ponen en peligro el fundamento mismo de la herencia cristiana.
    Ante estos desafíos, el papel que cabe a los católicos es contribuir a reavivar la conciencia moral haciéndose artesanos de la unidad y testigos de la esperanza de la sociedad. En esta misión desempeña un papel insustituíble la doctrina social cristiana.
    La Iglesia no debe y no quiere implicarse en ninguna opción de formación política, ni tampoco expresar ninguna preferencia por una u otra solución institucional o constitucional, siempre que sea respetuosa con la democracia; pero esta neutralidad nada tiene que ver con el hecho de silenciar cualquier idea o visión del mundo compatible con la fe ni con una fácil adhesión a fuerzas politicas o sociales que no respeten la vida, la familia, la promoción de la justicia, la libertad de enseñanza y la paz.





    1. Política social (P)

     

    Es todo lo que se refiere al bien común de la sociedad. O bien, la participación de las personas en la vida social. Así, por ejemplo, la organización de la salud, de la red escolar, los transportes, la apertura y el mantenimiento de calles, de agua, de alcantarillado, etc., tiene que ver con política social. Luchar por conseguir un puesto de salud en el barrio, unirse para hacer llegar una línea de autobús hasta la periferia, participar en una manifestación en el centro de la ciudad en favor de la reforma agraria, o contra la especulación urbanística, o contra la violencia policial... es hacer política social. Esa política apunta al bien común de todos o de un grupo, cuyos derechos están siendo irrespetados. Definiéndola de forma breve podemos decir: política social, o Política con P mayúscula, significa la búsqueda común del bien común.

     

    2. Política partidaria (p)

    Es la lucha por el poder del Estado, para conquistar el gobierno municipal, estatal o nacional. Los partidos políticos existen en función de llegar al poder, sea para cambiarlo (proceso revolucionario), sea para ejercerlo tal como está constituido (gobernar el Estado que existe). El partido, como ya lo dice la palabra, es parte y parcela de la sociedad, no toda la sociedad. Cada partido tiene tras de sí intereses de grupos o de clases que elaboran un proyecto para toda la sociedad. Si llegan al poder del Estado (gobierno), van a dirigir las políticas públicas conforme a su programa y su visión partidaria de los problemas.

    Respecto a la política partidaria es importante considerar los siguientes puntos:

    -ver cuál es el programa del partido;

    -ver cómo el pueblo entra en ese programa: si ha sido discutido en las bases; si atiende a los reclamos históricos de la gente; si prevé la participación del pueblo mediante sus movimientos y organismos, en su concepción, implementación y control;

    -ver quiénes son los candidatos que representan el programa: qué biografía tienen, si siempre han mantenido una vinculación orgánica con las bases, si son verdaderamente aliados y representantes de las causas de la justicia y del cambio social necesario, o si quieren mantener las relaciones sociales tal como están, con las contradicciones y hasta injusticias que encierran.

    Bastan estos pocos criterios para darse cuenta del perfil del partido y de los candidatos, de derecha (si quieren mantener inalterada la relación de fuerza que favorece a los que están en el poder), de izquierda (si apuntan a cambios en las estructuras que marginan a las grandes mayorías), o de centro (partidos que guardan equilibrio entre la izquierda y la derecha, procurando ventajas para sí y para los grupos que representan).

    Por representar a una parte, y no a la sociedad entera, la política partidaria es, por sí misma, conflictiva; los políticos son adversarios -no enemigos- porque tienen proyectos y programas diferentes. Pero tiene que quedar claro aquello que Max Weber dijo en su famoso texto La política como vocación: «Quien hace política busca el poder, bien como medio al servicio de otros fines, o bien por sí mismo, para disfrutar del prestigio que confiere». Este último modo de poder político fue ejercido históricamente por nuestras élites, a fin de beneficiarse de él, olvidando el sujeto de todo poder, que es el pueblo.


    3. La fe y su dimensión política

     

    La fe tiene que ver con Dios y su revelación. Pero está dentro de la sociedad y es uno de los factores creadores de opinión y de decisión. Es como una bicicleta: se vuelve efectiva en la sociedad sobre dos ruedas, la rueda de la religión y la rueda de la política.

    La rueda de la religión se concretiza por la oración, las celebraciones, las predicaciones y la lectura de las Escrituras. Por esos medios se forman convicciones que están en la base de las decisiones concretas.

    La segunda rueda es la de la política. La fe se expresa por la práctica de la justicia, de la solidaridad, y la denuncia de las opresiones. Como se ve, política aquí es sinónimo de ética. Tenemos que aprender a mantener el equilibro sobre esas dos ruedas, para poder caminar correctamente.

    La Biblia considera la rueda de la política (ética) como más importante que la rueda de la religión como culto. Sin la ética, la fe queda vacía e inoperante. Son las prácticas y no las prédicas las que cuentan para Dios. No adelanta decir «Señor, Señor» y organizar toda una celebración; es más importante hacer la voluntad del Padre, que es amor, misericordia, justicia, cosas todas ellas prácticas, y por tanto éticas, como participar en una manifestación obrera, entrar en un sindicato o en un grupo de derechos humanos.

    Hay muchas relaciones de la política con la fe, y viceversa, como, por ejemplo, con el Estado, con la jerarquía de la Iglesia, con las comunidades de base y con los laicos. Queremos analizar la relación de la fe con el ciudadano individual y con el cristiano laico militante.


    4. Fe, política y ciudadano individual
     


    ntas en la vida de las personas. La política es una dimensión de la fe concreta de la persona en la medida en que vive la fe sobre sus dos ruedas: fe como culto y fe como ética, como práctica de justicia y como espiritualidad. La fe incluye la política, es decir: un cristiano, por el hecho de serlo, debe comprometerse con la justicia y con el bienestar social; también debe optar por programas y personas que se aproximen lo más posible a aquello que entendió ser el proyecto de Jesús, el proyecto de Dios en la historia.

    Pero la fe transciende la política, porque la fe se refiere también a la vida eterna, a la resurrección de la carne, a la transformación del universo, cosa que ninguna política social y ningún partido o Estado pueden prometer. Nosotros queremos una sociedad justa y fraterna y al mismo tiempo queremos la resurrección de la carne y la vida sin fin, y feliz, siempre y totalmente. Pero la fe no es solamente buena para presentarnos una promesa; es buena también para inspirar una sociedad humana, justa y tolerante.

    El paso de la fe a la política partidaria no es directo. O sea: del Evangelio no se deduce directamente el apoyo a un determinado partido ni el deber de votar a una persona, ni cuánto debe ser el salario mínimo. El Evangelio no ofrece soluciones, sino inspiraciones para que se pueda escoger bien un partido y decidir un salario digno. Pero para eso se necesitan herramientas adecuadas de análisis de la realidad social, movimientos e instituciones, partidos y programas que permiten dar cuerpo a la fe como práctica ética.
     

    5. Fe, política y laico militante

     

    El laico es miembro del Pueblo de Dios y de la comunidad cristiana. Es un ciudadano cualificado por la fe y por la militancia. Iluminado por su fe, puede y debe hacer política partidaria. Por tanto, nada de recibir órdenes de los obispos y de los sacerdotes para apoyar determinado partido (política cristiana). La política debe ser laica y no clerical. La fe cristiana y el evangelio ofrecen criterios de orientación política, algunos de los cuales queremos enumerar.

    -una política liberadora: no basta reformar la sociedad que está ahí; importa construir otro modelo de sociedad que permita más inclusión mediante la participación, la justicia social y la dignidad; la liberación requiere tal proyecto, cosa que una simple reforma no consigue;

    -una política liberadora a partir de las mayorías pobres y excluidas: debe comenzar bien abajo, para no dejar a nadie fuera; si comenzara por los asalariados o por la burguesía, dejaría fuera, de entrada, a casi la mitad de la población...;

    -una política liberadora que use métodos liberadores, o sea, que use procesos que posibiliten la participación del pueblo, de abajo para arriba, y de dentro para afuera; esa política pretende otro tipo de democracia: no sólo la democracia representativa/delegadora (cada cuatro años tenemos el derecho de elegir un presidente y delegarle el poder, sin volver a controlarlo), sino una democracia participativa por la cual el pueblo, con sus organizaciones, ayuda a discutir, a decidir y a resolver las cuestiones sociales. En fin, una democracia socio-cósmica que incorpore como ciudadanos con derechos de ser respetados a la Tierra, los ecosistemas y los seres de la creación, con los cuales mantenemos relaciones de interdependencia.

    -una política que use medios transparentes que los poderosos difícilmente pueden usar, como la verdad, la resistencia activa, la razón solidaria. Para la creación de una sociedad justa y pacífica los medios deben ser también justos y pacíficos...

    La militancia exige competencia, conocimiento de la realidad social y también una espiritualidad adecuada para percibir la Utopía de Jesús realizándose en este mundo, en la medida en que hay más dignidad y mejor calidad de vida. En función de eso surgió en muchas diócesis el Movimiento fe y política, que trata de mejorar la participación de los cristianos en el campo de la política (estudiando y reciclándose) y en el campo de la fe (alimentando la mística y profundizando teológicamente las cuestiones).
     

    Conclusión: la memoria peligrosa de Jesús
     

    Los cristianos no deben nunca olvidar que somos herederos de la memoria peligrosa y libertaria de Jesús. Por causa de su compromiso con el proyecto del Dios de la Vida y con los humillados y ofendidos de su tiempo, fue perseguido, hecho prisionero político, torturado y condenado en la cruz, el peor castigo político-religioso de su tiempo. Si resucitó fue para, en nombre de ese Dios de la Vida, animar la insurrección contra una política social y partidaria que penaliza al pueblo -especialmente a los más pobres-, elimina a los profetas y a los predicadores de una justicia mayor y fortalece a todos los que anhelan una sociedad nueva con una relación liberadora para con la naturaleza, para con todos/as y para con Dios.


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